sábado, 19 de marzo de 2011

Cruel verdad o mentira piadosa



Hay momentos que parecen tan ajenos como los mismos espectros. Uno de ellos es el que hoy relataré : La noche había sido desesperadamente lenta. El reloj indicaba las 5 : 36 de la madrugada, “La hora del lobo”.


El silencio se rompe con el rechinar de los pasos de plástico sobre el piso. La emergencia se ha declarado. Ordenes precisas mueven a la acción; las miradas se cruzan inquisitivas, mientras una voz dolorosa inicia la plegaria: “ Protégelo Cristo redentor…”

El latir de los aparatos, tac… tac… tac… marca con necia precisión el endeble lindero entre la vida y la muerte.

Fluidos ligeros punzan el cuerpo; hay que someter al dolor, engañar al sufrimiento y evadir lo inexorable.

En el taburete se alinean los medicamentos que recuerdan a los gladiadores romanos: Diclofenaco, Doloneurobrion, Naproxeno y Clonozepam.

Flota en el ambiente el olor de la asepsia, un aroma que todo lo invade. Un hospital es un templo al dolor, un espacio donde se encuentran el júbilo de la primera luz con la desgracia del último aliento.

Según Federico Campbell, "La hora del lobo" es el umbral del paso del sueño a la vigilia, un punto que se dilata entre la madrugada y el amanecer, el momento en el que las estadísticas marcan que nacen la mayoría de los niños y mueren casi todos los moribundos.

El dilema

La gravedad de un enfermo en su fase terminal es enfrentada por dos líneas de pensamiento: la tradicional señala que al paciente se le debe matizar un mal diagnóstico y en algunos casos ocultarlo, su justificación es la de propiciar que los últimos días sean más llevaderos; por otro lado, hay una tendencia que indica que al enfermo se le debe comunicar puntualmente la gravedad de su caso, con ello, el desahuciado tendrá la oportunidad de arreglar – no sé si tranquilamente - todos sus pendientes.

¿Qué decisión tomar? ¿Optar por la mentira piadosa o por la cruel verdad?

La pañoleta de la madre

Recuerdo la lectura de una obra de Alejandro Dumas, donde se aborda el tema de original manera. Cito de memoria, asumiendo el riesgo que ello implica: un condenado a muerte observa angustiado como entre lastimeros ruegos, su compañero de celda es conducido al sacrificio. En la penosa espera su madre lo visita: “ Hijo, sé como te sientes - le dice comprensivamente - pero mira, yo tengo la solución: ésta noche hablaré con el verdugo y acordaré tu salvación en el último momento. Sólo te pido que cuando salgas a la plaza me mires: si llevo una pañoleta blanca en el cuello, será la señal de que todo ha sido arreglado, pero, debo advertirte, si porto una pañoleta negra es que no pude hacer nada por ti”. Llegó el momento de la ejecución y el condenado vio la pañoleta blanca en el cuello de su madre y reconfortado fue conducido con tranquilidad a la horca donde se encontró con la muerte. La madre había optado por la mentira piadosa.

Mi admirado José Romano y Muñoz influenciado por el pensamiento de Heidegger y Sartre, publicó en 1953 su obra “Hacia una filosofía existencial “, donde el sabio maestro afirma: “Arrancar a un hombre el patrimonio, la honra o la vida es cosa grave, pero arrancarle la esperanza, único asidero para toda angustia, es obra de la razón llevada a la perversidad “.



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