jueves, 19 de agosto de 2010

Hombre refranero, medido y certero

Aquellos seres memorables que durante nuestra infancia peinaban canas y caminaban lento apoyados en un bastón, solían inundar nuestras vidas con la sapiencia de sus refranes. Aquella era la sabiduría popular que se transmitía de boca en boca y de una generación a otra. ¿Qué de donde surge el refrán? El refrán nace anónimo y así, con ese antifaz carnavalesco va por el mundo marcando directrices, acotando vidas y previniendo al que se excede.


El refrán era aplicado siempre en el preciso momento en el que había que impartir una lección al bisoño o bien, reconvenir al experimentado.

Si en el afán de impresionar a la nueva vecina, caíamos estrepitosamente de la bicicleta, nos revisaban de arriba abajo, nos sacudían el polvo y blandiendo el índice frente a nuestros ojos nos recriminaban: “Hijo… la vida no retoña “. Y con ésta frase estabas obligado a entender que había que pedalear con mayor cuidado o, ya podías despedirte del mundo y también de la vecina.

Si en tu legítimo deseo por lucir a la moda, te quejabas acremente porque la tía Lucita te había confeccionado una camisa como para complacer siameses, surgía la voz que notificaba la impertinencia: “¡A caballo regalado no se le ve el colmillo! “. Y tu, callado, aguantando aquella verdad, buscabas a que el ducho con la Singer, eliminara lo que en justicia le sobraba a la prenda, o, de otra manera, te exponías irremediablemente a la maledicencia: “¿Estaba grande el difunto, no?

El cuento más largo

La televisión estaba en cadena nacional. No había otra opción audiovisual en nuestro Majestic. Mi tío Mundo cuyas lecturas lo condujeron a instalarse en la vida como un crítico rampante, aquel 1 de septiembre me preguntó: “Paquito, ¿sabes tú como inicia el cuento más largo de la historia? Y yo, sorprendido por el cuestionamiento, opté por lo sincero: me encogí de hombros. Mi tío, al fin socarrón continuó: “Inicia diciendo, Honorable Congreso de la Unión…”; y con un gesto de fastidio, se caló su sombrero borsalino y se marchó de la casa, no sin antes sentenciar desde el dintel de la puerta: “Al buen entendedor, pocas palabras “. A mi pariente le asistía la razón, aquel que opta por la elocuencia desbocada, agrede la paciencia ajena, confunde a la razón y, en el peor de los casos mueve a la suspicacia.

Afortunadamente hoy esos informes se entregan por escrito, liberando a los mexicanos de tan aburrida tortura, lo que me mueve a sospechar que la paciencia de Job, era en realidad flojera.

El tren de la alegría

Algún día feliz de los años setentas, un grupo entusiasta de escritores y poetas tomaron juntos el tren para Xalapa, para celebrar el Premio Nacional de Literatura y Lingüística que había obtenido el poeta veracruzano Rubén Bonifaz Nuño. Aquel era el tren de la alegría, que solo veía amenazado su alborozo por las nubes negras que presagiaban el diluvio. El poeta y cuentero chiapaneco Eraclio Zepeda que apuraba su “comiteco”, se asomó por la ventanilla y, con toda calma dijo: “Compañeros, al mal tiempo, Bonifaz… salud”. Ese es precisamente el ingenio del hombre de letras; el que juega con la palabra, como quien se divierte con las piedras que arrastra el riachuelo; como el explorador que localiza la frase afortunada que todos deseábamos expresar.

Ve y oye primero, y habla postrero

Permítame expresar mi percepción, con el aval del que viaja continuamente, con la certeza del que observa y escucha: descubro una incertidumbre reflejada en todos los órdenes de la vida nacional. El rosario es largo: inseguridad, carestía galopante, corrupción, ignorancia, desempleo, pobreza extrema, una naturaleza que se ensaña nuevamente con nuestros compatriotas, y sobretodo eso agobia como el fardo en el lomo: un pesado desánimo que reverbera en los rostros de los mexicanos. Me parece que estamos recogiendo hoy, las tempestades de los que en algún momento sembraron vientos. Si, lo sé, todo esto suena a pesimismo. Permítame recordarle que un pesimista es en realidad un optimista informado.

Imagino por un momento que si mi abuelo viviera y atestiguara la situación que nos aqueja, quizás sentenciaría con la crudeza de quien vivió la Revolución Mexicana: “Lo que mal inicia, mal acaba”.

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