Cuando pienso en educación, recuerdo una frase que pronunció don Jesús Reyes Heroles ante cientos de maestros que escuchaban atentos el pregón del veracruzano. Con un fraseo rotundo y claro - de esos que no dejan duda - les dijo: “ El que no sirve… no sirve”.
La misión del maestro es precisamente el servir. Servir a la sociedad como un inmejorable vehículo transmisor de conocimientos. Servir al alumno en sus inquietudes y adoptar un sólido compromiso profesional frente a la ignorancia.
Debemos comprender cabalmente que el ejercicio de la pedagogía es el resultado de una entrega apasionada, de una vocación perfectamente delineada y no de una “chamba”: una de esas que se buscan y - lo peor - que se conceden por equivocación.
La semana pasada un conocido me confió: “ Me quedé sin trabajo a principios del sexenio y bueno, pues conseguí unas clases, por mientras me sale algo mejor “. Entendí claramente que aquel profesionista buscó la cátedra como una acción emergente, como una solución transitoria. Deduje que su desconocimiento del magisterio era amplio, así que mientras él continuaba hablando, me ausenté sin moverme y una imagen vino a mi mente: pobres alumnos.
Los tiempos de la educación autoritaria que acuñó la frase “La letra con sangre entra”, quedaron atrás. Recuerdo con alegría como me salvé del terrible “borradorazo” que me lanzó la maestra Sarita, con una tremenda fuerza, pero con una extraviada puntería. Quince centímetros me salvaron de que la educación no me sacara sangre.
Después de la saludable digresión, retomo: en nuestros días el maestro debe optar por la condición de coordinador, que entienda que es preferible sugerir, que ordenar, que comprenda que la seducción es el recurso más efectivo para sembrar en el alumno, la inquietud por el conocimiento.
Un personaje inolvidable
Tuve la oportunidad de colaborar durante dos décadas en la Universidad del Noroeste. Ahí lo conocí, era un maestro jovial, inteligente y además, culto. Como toda persona carismática, tenía un excelente trato, una sonrisa permanente y un agudo sentido del humor, su nombre: Prof.Horacio Soria Larrea.
Solía decirnos con la certeza que da la convicción: “Maestro sentado no sirve”. Con este apotegma el Prof. Soria nos alentaba a utilizar todos los recursos pedagógicos y hasta escénicos, para mantener la atención del estudiante; nos pedía aplicar la asertividad, como un comportamiento comunicacional maduro en el que el maestro no agrede, pero tampoco se somete a la voluntad de los alumnos. Esto es, mantener el timón con firmeza, pero, arriar las velas cuando la situación así lo demanda.
El Profesor Soria era un hombre de ideas, apunto una de ellas que compendia su filosofía educativa: “ Nuestro alumno no es mármol ni arcilla. Son ellos, aves que quieren volar. Son así espíritus que buscan la libertad. Ayudémosle a elevarse. Apoyémosles en su liberación”.
En la primavera de 1989, se celebró el 50 aniversario de vida magisterial del Profesor Soria. Recordemos uno de sus mensajes: “Puede que pase una vez por este sitio. - Dijo un filósofo Francés- por tanto, si hay algo bueno y generoso que pueda hacer, déjenme hacerlo ahora; que no se me detenga, porque puede que no pase otra vez por aquí. ¡Y hay tanto que hacer!”. Ahora yo lo afirmo y lo subrayo con profunda admiración: Magister Dixit , el maestro lo dijo.
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