Tengo un diplomado en Casas de Asistencia.
Lo obtuve por navegar durante años por algunas pensiones para estudiantes. Aún no estrenaba bigote cuando llegué a la primera de ellas. La bienvenida no pudo ser más aleccionadora. Revisándome de arriba abajo, una matrona regiomontana con los brazos en jarras me dijo: “ Vamos viendo mijito, vamos viendo…¿ Le gusta a usted la sopa?”. “Ah..! sí! - respondí con ingenuidad – como no, a mí me gusta mucho la sopa. -Pues me alegro, porque usted ha de saber que en esta casa solamente tenemos de dos sopas… o se la come, o ¡se la traga! “. Con aquel sutil recibimiento comprendí, que los placenteros días en la casa materna se alejaban irremediablemente.
El chateau de La pirata
Se llamaba Leonila Treviño, pero para todos en el mundo de los asistidos era “La pirata“. Era una señora cuya vida junto con su casona habían visto mejores años. Aseguraba haberse codeado con la crema y nata de la sociedad porfirista, por ello, a la menor provocación, mostraba un álbum plagado de fotos de saraos, recepciones diplomáticas y paseos campestres: “ Mire bien, ese que está aquí, sí el de aquí, escuche bien, es mi tío Cipriano Alvarez y Revilla, secretario particular de Limantour. A ver, dígame ¿ Sabe usted quien fue Limantour?. ¡Qué va, que va usted a andar sabiendo!”. Dicho esto, se marchaba con el garbo que le permitía sus casi 100 kilos, dejando a su paso el aroma de Coty. El sillón de la sala tenía un estampado francés intervenido con un mapa color sepia que le había dibujado una gotera. Un mal día, el tibor chino de alguna dinastía perdida, orgullo de La pirata, explotó por un escobazo que le propinó Hortensia, la criada miope que cazaba una mariposa negra. El tibor acabó en la basura y La pirata en el Hospital Universitario.
El tedio de las tardes se desperezaba con la música de un gramófono. La pirata giraba el manubrio ( ráca, ráca, ráca) y escuchábamos “Pompas ricas”, “ De Torreón a Lerdo, y, por supuesto, al Dr. Alfonso Ortiz Tirado. “¿ Sabe usted quien fue este preclaro ortopedista?. ¡Qué va, que va a andar usted sabiendo! “.
Quienes dirigen las casas de asistencia son damas de tres tipos: viudas, señoritas quedadas o bien, mujeres cuyos maridos son unos holgazanes. La verdad es que nunca supe a que categoría pertenecía La pirata. Al menos, marido no tenía.
Las opciones culinarias que se ofrecían en aquella casa, no eran abundantes ni muy variadas, aunque algunos platillos nos aterrorizaban: “ Mis niños, que creen, hoy amanecí muy británica y les preparé unos suculentos riñones y…si se portan bien, el sábado les preparo sesos a la Romanoff. ¡Mmm, que delicia!, por un platillo de estos, más de dos se batirían a duelo en Hyde Park. ¿Saben a lo que me refiero?. ¡Qué va, que van ustedes a andar sabiendo si no conocen más allá de Linares! ”.
Comes y te vas
Cuando se vive en una casa de asistencia se tiene que estar dispuesto a aceptar de todo, o casi todo: los alimentos se sirven bajo un estricto horario, por ello el llegar tarde a la mesa implica un ayuno forzoso ( Ad ovum ). Los domingos la cocina descansa.
Una noche llegué muy tarde y lo confirmé porque escuché a lo lejos el silbato de un tren. Las luces del comedor estaban apagadas. Un Gran danés, llamado “ Satán”, cuidaba el sueño de su patrona en la puerta de su alcoba. Subí a trancos la escalera. En la terraza encontré a mis compañeros jugando dominó. El hambre era mucha y el presupuesto exiguo, así que había que encontrar opciones para apagar el reclamo del cuerpo. “¿Qué cenaron?”. Me respondió Carlos Díaz,estudiante de ingeniería: “ La Pirata nos preparó sándwiches de jamón, pero ahí se quedó el tuyo, seguramente lo guardó en el refrigerador”.
Bajé sigilosamente la escalera. El “Satán” paró las orejas y emitió un gruñido seco que me marcó un alto. “Satancito… Satancito…”, fue lo que se me ocurrió decir, como si el diminutivo me diera un salvoconducto para proseguir. Funcionó. El perro me dejó pasar y así, a tientas, orientándome por el sonido encontré el refrigerador. Pero la noche me daría una sorpresa: unas cadenas apresaban el aparato reforzadas por un enorme candado.
“Como andamos hoy mis niños, se acerca el fin de mes, así que…ahí les encargo, ahí les encargo, porque si no, ya lo saben, la puerta está muy, pero muuuuuy ancha “. Para apoyar su amenaza, La pirata extendía los brazos que le daban una falsa imagen redentora.
El 31 de diciembre quise volver a ver la casona de La pirata, pero la desolación ocupaba su lugar.
A Valle Inclán le asiste la razón cuando afirma que : “ Las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos”. La pirata de seguro me diría: “ A ver a ver, acaso sabe usted quien fue Valle Inclán. ¡Qué va, que va usted andar sabiendo…! “
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