viernes, 3 de diciembre de 2010

El descanso del guerrero



Su nombre es sonoro y armónico: Abelardo Casanova. La primera vez que lo escuché fue por una frase elogiosa pronunciada por el columnista de Excelsior Manuel Buendía, un hombre poco afecto a la lisonja. Desde ese momento supe que Abelardo Casanova era reconocido por sus pares como un destacado periodista. Activo el recuerdo: el verano de 1983 me topé con el calor sonorense, que solo amainó la refrescante amabilidad de Francisco Casanova Hernández y un tarro de cerveza en El Corral. Se tendían los primeros lazos de amistad con los Casanova.

Los primeros años de mi estancia en hoy mi ciudad, escuché atentamente las anécdotas sobre Casanova que atesoran todos aquellos que bajo su directriz se iniciaron en el periodismo sonorense.

Leí algunas de sus extraordinarias columnas así como sus dos libros; en los tres espacios descubrí su prosa fina, efecto inequívoco de un amante de la lectura. Conocí el sentido del humor del periodista, virtud que era su segunda piel.

Sus señalamientos tenían la precisión de la ballesta, producto del análisis de un libre pensador: su crítica aunque aguda, era respetuosa; su ironía fue siempre un exquisito mensaje cifrado.

A mí, mi “chayo”… y me callo

Abelardo Casanova encabezó en Sonora el periodismo comprometido con la defensa de la comunidad, siempre alejado, muy alejado de la vulgar prebenda que marca al deshonesto y contamina al medio de comunicación.

Le cuento una anécdota que lo confirma: En la década de los setentas uno de sus reporteros recibió de un funcionario un sobre con un billete de 500 pesos: en el medio, se le conoce a esto como “embute” o “ chayote”. El robusto reportero le informó puntualmente a su director.

La orden fue precisa: “Investiga donde se hospeda, luego vas al VH y con éste billete le compras un arcón de navidad y se lo llevas a su hotel con ésta tarjeta”. Norberto Aguirre Palancares, apenado se disculpo con Casanova. El mensaje era claro: el periódico Información era un terreno limpio, donde no germinaba la corrupción.

Casanova y el movimiento estudiantil

La valerosa defensa de Abelardo Casanova para los movimientos estudiantiles del 67 y 73, le valieron de uno de sus detractores el mote de “ El hippie viejo”: apodo francamente elogioso, comparado con los que se endosaron mutuamente los otros dos columnistas de la época. Por las bardas de la capital de Sonora brotó la infamia que cuestionaba la credibilidad del periodista: “Casanova miente”. El cetáceo socio-político regional daba coletazos al ser exhibido por un periodismo democrático y libertario.

Casanova editor

En su deceso se ha repetido lo verdadero: “Pionero del periodismo televisivo en Sonora”; “Un periodista culto”; “Hacía de la honestidad una práctica cotidiana”. Me permito agregar un dato: su fecunda labor como editor, ya que como Director de Publicaciones del Gobierno del Estado de Sonora, responsabilidad que ejerció entre 1987 al 1994, se publicaron y reeditaron a los mejores escritores sonorenses. Hermosillo es algo más que urbanismo y productividad: es la identidad que la huella de hombres como don Abelardo le han conferido.

Casanova el conversador

Lo afirma Vicente Leñero: “Siempre es un placer oír hablar a los que escriben”. La conversación con don Abelardo era eso: un placer. El periodista sabía rescatar hasta de los actos triviales, una enseñanza.

De entre muchas anécdotas que le escuché, recuerdo una: aficionado al boxeo, desde Joe Louis, pasando por el “Púas” Olivares hasta llegar a Pacquiao, brota la frase brillante: “En la vida como en el box, es mejor dar que recibir”. Así es mi querido don Abelardo, esa fue su divisa, precisamente, esa.

Gracias don Abelardo por sus consejos, por su ejemplo, por su amistad, por su bonhomía.

Va todo mi amor para la doña Czarina; va todo mi cariño para mis amigos Pancho, Yayo, Juan Antonio, María del Carmen y María de los Angeles.

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